Las mil páginas

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y que la magia esté siempre de su lado...

domingo, 10 de mayo de 2015

Aquellas aguas congeladas

Holaa!
Les dejo otro cuentito


Aquellas aguas congeladas

La nieve se derretía con rapidez a causa de la abrupta salida del Sol. Los caminos eran ahora visibles y la hierba pronto abandonó las tonalidades blancas y plateadas para tornarse marrones y verdes nuevamente. Miré a mí alrededor con curiosidad, intentando recordar qué era lo que hacía allí, pero mi mente parecía completamente vacía. A pesar de un agobiante sentimiento de desesperación que amenazó con apoderarse de mí, decidí no darle demasiada importancia y continué con mi camino; las piedras se encontraban resbaladizas por lo que avancé con precaución. Y ahí estaba. Era apenas un charco, su superficie no era lo suficientemente grande como para considerarlo un lago, pero aun así se hacía notar en aquel paisaje aplastado y brillante. La luz del Sol lo hacía resplandecer, y pequeños destellos abandonaban sus aguas como leves suspiros de luz.
Mis dedos se dirigieron hacia la pequeña fuente de agua sin que se los ordenara y se regodearon al tocar su frialdad. Hasta hacía poco todo había estado cubierto de hielo, pero eso no me molestó en absoluto. Bajé la vista y descubrí que mi cuerpo apenas se encontraba cubierto por un fino vestido de seda blanca, y aunque podía observar el ondulante movimiento de la tela al ser arremolinada por la brisa, mi piel parecía ser inmune al tacto. Coloqué un pie dentro del agua y corroboré mi teoría ya que no logré sentir nada. Ahora mi cuerpo parecía controlarse por sí solo ya que continuó descendiendo en dirección al agua hasta quedar casi cubierta por ésta.
Y sin siquiera notarlo, ya aquel líquido escurridizo me llegaba hasta la coronilla; podía ver el fondo con claridad aunque todavía no había llegado a la parte más profunda. Mis cabellos bailoteaban alrededor de mi rostro, murmurando palabras incomprendidas, y continué. El Sol era apenas un punto brillante de luz en lo alto, recordándome que fuera, el mundo continuaba sin mí. Antes de que pudiera percibir la falta de oxígeno, ya era demasiado tarde, y no había forma de volver a tiempo, solté todo el aire que había estado conteniendo e inspiré una dulce bocanada de agua fresca, pues en el fondo era donde debía yacer.

Fuera la tranquilidad reinaba sobre aquel paisaje congelado. Con cada segundo que transcurría, otro centímetro de verde se descubría, y luego de lo que pareció un millón de años, las burbujas se dispersaron sobre aquel charco. Y sin que nadie siquiera lo notara, su vida se apagó débilmente, dejando un rastro imperceptible de lo que alguna vez fue, enterrado bajo las heladas aguas de aquel lugar perdido. Y el mundo continuó con su curso de eventos terribles y desafortunados, ignorando las singularidades y culpando a las masas.
 




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